Me gusta escribir en el blog, pero me gustaría más que algún editor me diese un poco de espacio en un periódico. Y que me pagase por ello.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Libia no existe

Publicado en la revista Left el 14 de diciembre

Noury entra por la salida a la gasolinera con su 4x4 evitando la larga cola de vehículos que pretenden llenar el depósito. Es la quinta vez que lo hace hoy, pero el resultado es el mismo que en el resto de ocasiones. Su coche, a diferencia de la mayoría, funciona con diesel. "No hay diesel", le comenta uno de los empleados. Noury se ríe. "No pasa nada", dice, "tengo unos bidones de reserva en casa". El resto de ciudadanos, armados de paciencia, esperaban cuatro o cinco horas para llenar los tanques con gasolina.

Debido a la situación de caos que se vive en Libia, el país ha bajado su producción de petróleo, principal fuente de ingresos, hasta los 224.000 barriles/ día, cuando en julio la cifra era de 1'4 millones. Las fuertes pérdidas económicas que ello supone obligaron al gobierno a echar mano en las reservas de divisas de 7.000 millones de dólares la semana pasada, ya que no disponía de ingresos suficientes para hacer funcionar el país. El Primer Ministro, Ali Zeidan, dijo el pasado día 4 de diciembre que la crisis del petróleo estaba fuera de control, tras una fallida negociación con los líderes de Tobruk para reabrir el campo de Marsa Hariga. La situación impide al gobierno proponer un presupuesto para 2014 e incrementa la competencia tanto de Nigeria como de Algeria en las ventas de crudo en la zona mediterránea.

El gobierno, preocupado, ha iniciado una campaña publicitaria en Trípoli con el lema: "El petróleo es la única fuente nacional de ingresos, preservarla". 

Entre las causas de la debacle, destaca la autonomía autodeclarada en la Cirenaica, donde se encuentran la mayoría de pozos. Allí se ha cortado la producción y venta, ya que no se reconoce por las compañías petroleras como interlocutor válido. En Benghazi, segunda ciudad del país y capital de la Cirenaica, han anunciado la creación de su propia compañía de petróleo. 

Además, la mayoría de puertos en el golfo de Sirte están bloqueados por milicias locales o por los propios trabajadores, igual que los campos de extracción. Las demandas van desde mayor participación en la política libia hasta una mejora en las condiciones laborales, pasando por un reconocimiento oficial del la lengua amazigh o la creación de un estado federal. En declaraciones al diario local Libya Herald, el ministro adjunto de Petróleo, Omar Shakmak, aseguraba esta semana que las exportaciones solo eran posibles desde las terminales de Mellitah y Bouri, al oeste de Trípoli, y ello gracias a que los Amazigh suspendieron el bloqueo que habían impuesto en Mellita.

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Después de la matanza de 47 personas a mediados de noviembre a manos de las milicias de Misrata asentadas en Tripoli, la situación en la ciudad parece haberse estabilizado. Desde entonces muchas milicias han entregado el poder al ejército y otras, como las de Misrata, se han ido de la capital. En un intento de aparentar normalidad, el ejército y la policía, mal armados, se han hecho visibles en las calles, cosa que ha dado cierta confianza a los habitantes cuyo lema principal es el de “Libia, ejército y policía”.

Pese a todo, el país sigue siendo un puzzle donde cada zona está controlada por milicias locales o líderes tribales.

Sirva como ejemplo la localidad de Zintan. La ciudad, de unos 50.000 habitantes, es famosa por el poder que acumula: Mantienen el control de una larga zona fronteriza con Túnez, mantienen el control del aeropuerto internacional de Trípoli y son ellos quienes capturaron y custodian a Saif al Islam, hijo de Gaddafi, cuyo juicio debe empezar en la ciudad el 12 de diciembre. El aeropuerto, nominalmente, está controlado por el gobierno, pero a la práctica son los de Zintan quienes lo controlan, beneficiándose así de los ingresos que aporta y decidiendo qué aerolíneas pueden utilizarlo.

Y no son los únicos. En Misrata, los asuntos de la ciudad están controlados por sus líderes políticos y militares. Pese a la voluntad del gobierno de procurar el retorno de los desplazados de Tawarga, ciudad presuntamente progadafista cuyos habitantes fueron expulsados por haber colaborado con el régimen durante el cerco de Misrata, en la ciudad no lo aprueban. La ciudad de Tawarga es hoy una ciudad fantasma y sus habitantes sobreviven en campos de desplazados repartidos por todo el país esperando a que les dejen volver a sus casas.

Otro ejemplo de milicias es el de aquellas que se han integrado en el funcionamiento del gobierno, sobretodo en Tripoli. La katiba Ahrar Tarablus (los libres de Trípoli), tomó el control del zoo durante la batalla de Trípoli, en la guerra que derrocó a Gaddafi. Allí siguen. Su líder, Saad Gharsala, es ahora un oficial de policía que se ha hecho cargo de la identificación de inmigrantes. Gharsala liderá a los mismo 60 rebeldes que lucharon junto a él en la guerra, pero ahora forma parte de la nómina del gobierno. "Nos hicimos cargo de la identificación de inmigrantes porque era una necesidad", asegura. "Estamos en el zoo porque necesitaba protección durante la guerra y aquí seguimos".

La unidad de Gharsala, que no tiene la preparación adecuada para encargarse de la inmigración, prepara redadas en una céntrica rotonda de Trípoli en busca de extranjeros. A todos los que encuentran, se les lleva al zoo para identificarlos y realizarles un análisis médico en busca de enfermedades. Aquellos que tienen los papeles en regla y no presentan enfermedades, son puestos en libertad. Los que no, enviados a centros de detención repartidos por todo el país.

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Malaak es una jóven estudiante de ingeniería que solía acudir a las concentraciones antimilicias que se congregaban cada día en la plaza Al Jazair de Tripoli después de la matanza de 47 personas. "El problema es que la gente de cada ciudad se siente maltratada por otras ciudades", decía para explicar el rompecabezas en el que se ha convertido su país. "Los libios, si no ven resultados rápidamente, caen en el desánimo", añadía ante la creciente desaprobación ciudadana con el gobierno de Ali Zeidan.  Así es. En la calle se especula sobre cuándo dimitirá el primer ministro, incapaz de aportar soluciones a los problemas. 

Tal es la sensación de inseguridad y caos que muchos libios están armados: no creen que el gobierno les pueda proteger. Y tienen razón, si miramos las estadísticas, ya que cada día hay asesinatos que suelen quedar impunes. En Benghazi, que está en una situación de guerra entre el grupo islamista Ansar el Sharia y el poder militar de la ciudad, raro es el día en que no mueran tres o cuatro personas víctimas de la violencia. La semana pasada, por ejemplo, unos desconocidos asesinaron a tiros a un profesor americano de 33 años. El domingo, una bomba mató a una persona durante el funeral de un militar asesinado el día anterior.

Pero no solo es en Benghazi. En ciudades como Derna o incluso en Tripoli, también se producen asesinatos casi diariamente, como el del director de una radio capitalina que emitía en inglés y cuyos autores se desconocen. En las comunidades del sur del país, habitadas por los grupos étnicos Tuareg y Tubu, la sensación es de estado fallido, sensación que no está lejos de producirse en el norte. 

"Aquí vivimos al día", dice Noury, evitando poner mala cara y decidido a disfrutar de su día libre conduciendo su todoterreno por las playas vírgenes de Garabuli, al este de Trípoli, pese a no poder llenar el tanque de diesel.

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