Me gusta escribir en el blog, pero me gustaría más que algún editor me diese un poco de espacio en un periódico. Y que me pagase por ello.

jueves, 17 de enero de 2013

Locura en Alepo

Artículo publicado en La Vanguardia el 13 de enero

El ruido del chorro de agua, en la fuente central del patio, creaba un efecto relajante entre los pacientes. Eso decían los guías turísticos del Bimaristán Argún, una de las principales joyas arquitectónicas de Alepo, construido en el siglo XIV por los mamelucos para albergar un avanzado hospital.

El lugar, que durante años fue un hospital mental, sirve hoy de base a una unidad del Ejército Sirio Libre. Su fuente ya no escupe agua y los únicos ruidos que se oyen son de los combates, que han convertido a la histórica ciudad vieja en una ratonera y han cambiado a los comerciantes, turistas y paseantes por francotiradores. Una locura.

En otra esquina del casco antiguo sí que hay un hospital mental funcionando. Al final del pasillo también hay un patio, pero sin fuente. Allí está Maher, uno de los internos, en cuclillas, descalzo sobre un charco de agua fría. También hay un agujero de mortero en la pared del edificio vecino, pero no hay electricidad para hacer funcionar las estufas de las habitaciones.

En una sala, Zatar está sentado sobre la cama con un plato vacío esperando a que le den de comer, durante todo el día. Un encargado comenta que solo comen sopa y pan porque no hay dinero. También dice que el mánager se fue al estallar la guerra y que muy pocas familias vienen a visitar a los chicos.

En otra sala se hacinan 15 internos más, sentados en cuatro camas. El olor a humedad y a falta de higiene es corrosivo, solo le cambian los pañales una vez al día. Por supuesto, no es como los centros de este tipo que conocemos en nuestro mundo, donde a los internos se les hace participar en actividades inclusivas para estimular sus capacidades. Aquí se les cierra la puerta con pestillo. Y van descalzos.

Un poco más allá del Bimaristán Argún, en dirección al antiguo zoco, la locura se presenta en forma de cartel disuasorio sobre una silla. Como el rótulo de la autopista, te indica que si sigues de frente hay francotiradores pero que si vas a la derecha o a la izquierda no hay problema.

Yendo hacia la izquierda y después a la derecha, para sortear el peligro, está el frente. Bajo un enorme arco abovedado, testigo mudo de miles de años de historia, un grupo de soldados rebeldes ha montado la última base avanzada. Aprovechan algunas tiendas, ya sin productos a la venta, para echar colchones y descansar cuando no hay batalla.

El que parece ser líder de la unidad se asegura de que no tomemos imágenes para no revelar su posición. Dice que no se puede avanzar más y que el zoco está totalmente quemado. También dice que los "perros de Assad" han sido los que lo han quemado, pero tal información no se puede comprobar. Estamos en Khan al Jumruk.

Antes de darnos la vuelta, el líder de los rebeldes nos obsequia con otro momento de locura. Nos enseña el video de uno de sus chicos, del día anterior. El chaval, arrodillado en un callejón, se prepara para disparar un lanzagranadas. Tal y como se levanta, milésimas antes de apretar el gatillo, vuelve a caer, alcanzado por la bala certera de un francotirador enemigo. El líder, que gravó la muerte de uno de sus chicos en su teléfono móvil, sonríe orgulloso al acabar la proyección.

En el hospital mental, en la sala de los 15 internos, Mohamed lleva una gorra con los colores oficiales de la bandera siria. Debe ser la única persona de la zona controlada por los rebeldes que afirma orgullosa pertenecer al ejército regular. Se oyen disparos, es tarde y nos vamos. Volvemos a pasar por el patio y Maher sigue allí, en cuclillas, descalzo sobre un charco de agua fría.

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