Crónica publicada en Berria el 28 de Setiembre
El día que Mohamed Sultán cumplía un
año detenido, Sarah Mohamed, pariente lejana, pensaba que tenía que
hacer algo por él. Aquel día, 25 de agosto, la hermana y la madre
del conocido activista Alaa Abd el Fatah anunciaron que se unían a
la huelga de hambre que Alaa había iniciado semanas antes en su
celda de la cárcel cairota de Tora. Sarah no se lo pensó y ella
misma inició su huelga de hambre.
Pocos días después, Alaa, sentenciado
a 15 años por acudir a una manifestación, fue puesto en libertad
bajo fianza, pero las decenas de activistas que para entonces habían
empezado su huelga de hambre no lo iban a dejar hasta que todos los
presos fuesen liberados. “Lo hacemos para que (los presos) sientan
nuestro apoyo, no es por Alaa o Mohamed”, asegura Sarah, dispuesta
a seguir sin comer hasta que “la salud lo permita”.
Hace dos semanas, encontraron a Mohamed
Sultán tirado en su celda, inconsciente y sangrando por la boca. Fue
el primero en iniciar la huelga de hambre en las cárceles egipcias
hace ya más de 240 días. Tras él, hasta 170 presos políticos se
han sumado a la protesta, según Marwa Arafa, coordinadora de la
campaña de apoyo a los presos 'Hemos tenido suficiente'. Sultán,
egipcio-estadounidense, fue detenido en su casa poco después de la
masacre de Rabaa el Adawiya de agosto de 2013, cuando las fuerzas de
seguridad expulsaron violentamente una protesta de partidarios del
depuesto presidente Mohamed Morsi, matando a más de 700 personas en
un solo día. A quien iban a buscar cuando le detuvieron, por eso, no
era a Mohamed, sino a su padre Ahmed Sultán, miembro de la cofradía.
En la sede que el partido político Pan
y Libertad tiene en el centro del Cairo, cinco jóvenes han montado
su improvisado campamento. Viven allí para apoyarse mútuamente, ya
que están en huelga de hambre. Uno de ellos, Ahmad Mamdouh,
estudiante de medicina en su sexto año, toma la presión y examina
los niveles de glucosa en sangre de sus compañeros un par de veces
al día para comprobar que todo vaya bien. “Por lo general, solo
bebemos agua, té sin azúcar o manzanilla, pero a veces tomamos
rehidratantes y suplementos vitamínicos V-12 para evitar daños
graves”, cuenta Ahmad.
En realidad, la huelga de los más de
100 activistas que se han sumado a ella fuera de la cárcel es
bastante laxa. Muchos, como Ahmed, se toman “días libres” para
tratar de recuperar energías antes de comenzar otra vez. Otros, por
parejas, hacen turnos de una semana y los más se suman
simbólicamente por periodos de 24 o 48 horas. “No es una buena
forma de protesta, tiene su riesgo, pero no podemos hacerlo en la
calle, así que es una estrategia distinta”, dice Ahmed.
Además de solidaridad con los presos,
la huelga de hambre egipcia es también una forma de pedir la
abolición de la ley de protestas, que impide de facto cualquier
manifestación de oposición al gobierno del ex general Abd el Fatah
el Sisi. Bajo esa ley encerraron a Alaa abd el Fatah, que ha pasado
por la cárcel en la época de Mubarak, en la del gobierno militar
que siguió a la revolución, en la época de Mohamed Morsi y ahora
con Sisi. También encerraron a la activista alejandrina Mahienour al
Masry, quien, como Alaa, ha sido liberada recientemente tras una
extraña decisión judicial. Muchos creen que la liberación de los
dos activistas está relacionada con las presiones del secretario de
estado estadounidense, John Kerry, quien hace unos días pidió
públicamente la liberación del líder del movimiento revolucionario
6 de abril, Ahmed Maher, que también cumple condena en las cárceles
egipcias.
Además del partido 'Pan y Libertad',
donde Ahmed y sus colegas cumplen con la huelga, al menos otros 7
partidos de izquierdas han mostrado su apoyo a la campaña, incluido
el del único rival de Sisi en las elecciones presidenciales de la
primavera pasada, Hamdín Sabahi. Muchos sindicatos profesionales,
como el de médicos, periodistas, ingenieros o abogados, también han
sumado su apoyo a la campaña, ya que de una forma u otra se ven
afectados por la ley de protesta.
Amer el Shura, del sindicato de
médicos, justifica su apoyo por la detención en le último año de
270 profesionales médicos, de los cuales han sido liberados a fecha
de hoy 66. “Hemos tenido numerosos avisos desde las cárceles de
casos de infecciones y enfermedades variadas y hemos pedido al fiscal
general visitar las cárceles para tratar a los presos, pero nos lo
han denegado”, cuenta Amer, quien asegura que los presos no tienen
acceso a la sanidad. “Por ley, nuestro sindicato es responsable de
monitorear la sanidad pública, pero no tenemos acceso a
instalaciones militares, del Ministerio del Interior ni cárceles”,
asegura el galeno, quien se ha sumado a la huelga de hambre durante
24 horas.
Después de la ronda médica de Ahmed a
sus colegas, el joven de 22 años coge sus bártulos y se dirige al
sindicato de periodistas. En el lobby del majestuoso edificio, los
informadores en huelga de hambre, 19 hasta la fecha, se reúnen unas
horas al día para charlar y apoyarse unos a otros. Ahmed les toma la
presión y les pincha en el dedo para medir la glucosa. Todo
correcto. Omar el Naghy, un freelance en huelga dice que la ley
también impide el trabajo de los informadores. “Va contra nuestros
derechos democráticos”, dice mientras se fuma un cigarrillo.
“Podemos dejar de comer, pero es muy difícil dejar de fumar”,
explica Ahmed.
En una visita a los cinco huelguistas del partido Libertad y Justicia, posterior a la publicación de esta crónica, me comunicaron que romperían el ayuno con motivo de la fiesta del cordero.
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