Publicado en Berria el 30 de octubre. Escrito antes de entrar en Alepo.
A veces
por la noche, a veces por la mañana temprano, los aviones de combate de Bashar
el Assad raramente fallan a su cita en los cielos de Al Bab. Bombardean
posiciones del Ejército Sirio Libre en los alrededores de esta ciudad situada a
40 kilómetros de Alepo, pero también hospitales o escuelas, que inutilizan para
su principal función en estos tiempos de guerra: acoger desplazados internos.
Si no
fuera por las visitas aéreas y por la destrucción acumulada a lo largo de los
últimos meses, con su consecuente lista de bajas, uno diría que Al Bab no está
en Siria. Esta ciudad de 150.000 habitantes, la octava más grande del país,
está tomada por los rebeldes desde el pasado 19 de julio, cuando los combatientes
del Ejército Libre Sirio consiguieron echar a los últimos batallones del
ejército regular, amotinados en una escuela a la entrada de la población.
Al Bab,
de este modo, representa uno de los mejores ejemplos de cómo los sirios se
organizan más allá del sistema de Assad, pues desde principios de agosto está
regida por un Consejo Civil Revolucionario. El Consejo, a cuyo líder escogen
sus miembros democráticamente, administra como puede los pocos recursos
públicos de los que dispone y goza del aparente respeto de la población,
volcada mayoritariamente con la revolución.
"La
revolución llegó tarde a Al Bab", cuenta Abdu Salam Kisgaz, miembro de la
oficina de ayuda humanitaria del consejo civil. "La población está formada
por grandes familias y unas temían a las otras, así que la gente salió a la
calle poco a poco", relata. No fue hasta que miembros armados del ejército
libre acudieron a proteger una manifestación en abril, un año después del
inicio de las protestas, que los habitantes de esta ciudad empezaron a perder
el miedo. De ahí hasta julio, cuando finalmente Al Bab fue tomada por los
rebeldes tras 10 días de duros combates, la represión y la lucha acumularon
gran parte de los 233 muertos que la guerra ha dejado en la ciudad hasta el
momento.
La
sociedad civil toma el poder
"Antes
de liberar la ciudad, ya estábamos organizados para establecer un Consejo
Civil", cuenta Adnan Hamza, presidente electo del mismo, quien admite que
el funcionamiento del consejo es limitado y "no muy positivo para la
población, pero intenta ayudar, que es mejor que nada".
Adnan
enumera los problemas básicos de la ciudad, centrados en la falta de productos
básicos como la gasolina, medicinas o harina para hacer el pan. "No
disponemos de las herramientas necesarias para abastecer a la población de estos
productos básicos. Estamos bajo asedio", se queja Adnan desde la oficina
que ocupa en la sede del Consejo, en el antiguo edificio de la oficina de asuntos
religiosos de la ciudad, junto al cementerio.
La
financiación del consejo civil se nutre principalmente de aportaciones
individuales de ciudadanos, aunque la semana pasada recibió una donación de
100.000 euros del gobierno francés. En los dos últimos meses también ha
conseguido un pico de unos 10.000 dólares a base de hacer pan, consiguiendo el
trigo en unos almacenes del gobierno abandonados una vez que el ejército
regular desapareció de la ciudad.
Con ese
dinero, la ciudad compra productos básicos a precios desorbitados por la
economía de la guerra, pero no puede ayudar a los ciudadanos que han perdido
sus trabajos a causa del conflicto. Se estima que un 60% de los cabezas de
familia han perdido su trabajo, mayoritariamente en el cordón industrial de
Alepo, capital de la provincia.
El
Consejo Civil Revolucionario de Al Bab está formado actualmente por 37
miembros. Para formar parte de él, los aspirantes (cualquier ciudadano que lo
desee puede serlo) deben cumplir con tres requisitos básicos: gozar de respeto
y buena fama en la comunidad; haber sido revolucionario reconocido desde el
principio de la revuelta y aceptar cualquier decisión que tome el consejo de
forma democrática.
Una vez
en el consejo, que se reúne dos veces por semana, se escoge al líder del mismo,
propuesto por la asamblea. Adnan Hamza fue requerido junto a otro candidato y
se llevó 24 de los 37 votos. Eso sí, su liderazgo durará tan solo un mes,
tiempo máximo establecido dentro del consejo. Adnan, segundo presidente electo,
aceptó el cargo porque considera que está preparado. Este ingeniero mecánico de
44 años y aspecto informal, con experiencia en la administración de distintas
empresas privadas, asegura que puede ejercer su función por haber sido
"activo en la oposición desde antes de la revolución" y "tener
experiencia en la gestión de recursos".
De
todos modos, el papel de líder del consejo tampoco tiene demasiada importancia.
"Tomamos las decisiones importantes en asamblea, luego nos repartimos el
trabajo y cada uno hace lo que sabe hacer", explica Adnan. Efectivamente,
el consejo se ha dividido en 10 oficinas, que incluyen la de coordinación
militar con el ejército libre, la de seguridad, información, ayuda humanitaria,
asuntos económicos, salud, quejas e, incluso, relaciones exteriores.
El
Consejo parece mayoritariamente aceptado entre la población, que vive su día a
día con un sentimiento encontrado entre la ilusión por un futuro mejor y la
preocupación por el desarrollo de la guerra. De hecho, parte de la población
con más recursos ha puesto tierra de por medio y ha emigrado a Turquía u otros
países, pese a que gran parte del norte del país esté ontrolado por los
rebeldes y a que la vida transcurra sin grandes preocupaciones en lo que a la
seguridad se refiere, más allá del terror que provocan los bombardeos diarios de
la aviación de Assad y de los que no pocos habitantes han huido.
Un
país en guerra
Las
cifras de emigrantes son una incógnita para el consejo civil, más preocupado en
asuntos como el reinicio de la escuela infantil, parada hasta la fecha al
considerarse las escuelas como objetivo militar de la aviación. Lo que sí está
más o menos contabilizado es el número de desplazados internos que han llegado
a la ciudad: unos 20.000. Viven en edificios públicos, acogidos por habitantes
de Al Bab e incluso en una promoción de vivienda social inacabada en una de las
entradas de la ciudad.
Los
refugiados son en su mayoría habitantes que huyen de Alepo, segunda ciudad
siria y mayor centro industrial del país, que sufre desde hace semanas una
guerra sin cuartel entre opositores y fuerzas del gobierno, conscientes todos
de la importancia de su control para el futuro de la contienda. En Alepo, hace
días que los bandos raramente ganan terreno en la batalla y, como siempre en
estos casos, la población civil es la más castigada. Algunos comparan la
destrucción de algunas partes de la ciudad con la de algunas ciudades alemanas después de la
Segunda Guerra Mundial.
Las
historias de los refugiados, que también proceden de otras ciudades como Homs,
son desgarradoras. Muchos han perdido a familiares, los más se han visto
acorralados por los combates y han visto como sus viviendas quedaban reducidas
a un montón de escombros. Algunos tuvieron que huir a causa de su actividad
política. Todos llegaron con lo puesto.
También
hay quien ha aprovechado para volver a casa, como Alí el Osman, que llevaba 30
años sin ver a su familia y que decidió venir a pasar las vacaciones
aprovechando la ausencia de tropas regulares en buena parte del norte de Siria.
"Me detuvieron dos veces cuando era joven porque decían que formaba parte
de los Hermanos Musulmanes y me tuve que ir", asegura a la vez que
califica como "un sueño cumplido" su regreso y el poder volver a ver
a su madre.
Alí el
Osman cuenta orgulloso que tiene pensado participar políticamente en la nueva
Siria si sale vencedora. Con el mismo orgullo explica que solo en su familia hay
dos kativas de combatientes del ejército libre
(las kativas son los grupos de combate y pueden variar en número de
soldados, entre los cinco o seis y los cientos). En total, Al Bab tiene 17
kativas y unos 1500 combatientes. La mayoría de los batallones rebeldes luchan
en Alepo y en Al Bab quedan solo unos pocos como retén para la seguridad de la
ciudad. Los combatientes van a Alepo, pasan unos días luchando y vuelven para
descansar unos días.
Por
ello no es extraño ver por las calles de Al Bab a jóvenes vestidos de militar
con Kalashnikovs cargando a las espaldas. No se dedican a la seguridad interna
de la ciudad, sino a combatir al ejército regular, motivo por el cual son
respetados en las calles. En la ciudad, la seguridad no es de momento un
problema y no hay crimen, aunque se ha habilitado un pequeño cuerpo de policía
a través del consejo civil.
Pero,
¿dónde están los partidarios del régimen? "Por supuesto que había mucha
gente que se aprovechaba del sistema y lo echa de menos, pero ahora están
callados", dice Abdu Salam, de la oficina de ayuda humanitaria. "Por
supuesto que nadie (del antiguo régimen) puede levantar la cabeza aquí",
asevera amenazante Anás, combatiente en una de las kativas. Es posible que
muchos de los miembros del sistema de Assad, pertenecientes a la sociedad más
acomodada, hayan emigrado a la espera de acontecimientos.
Y, ¿qué
pasaría si el ejército de Assad ataca la ciudad? "En caso de ataque no
hará falta avisar. Todo el mundo tiene un arma y sabe lo que tiene que hacer.
Lo que tenga que ser, será", asegura Abdu Salam, convencido de que no será
necesario llegar a tal extremo, pues la victoria del ejército libre es, para
él, solo una cuestión de tiempo.
Dignidad
En la
oficina de información, situada en la rebotica de un pequeño negocio de
motocicletas en el centro de Al Bab, activistas y ciudadanos tienen la entrada
libre. La conexión a internet, una de las pocas de la ciudad, atrae también a
soldados que vuelven de la batalla con prisa para subir los últimos vídeos y
compartirlos en las redes sociales. Un espacio común que también acoge a
periodistas y da cobijo a quien lo pide.
Mahmud
el Jabali, uno de los encargados del lugar y, con 20 años, el miembro más joven
del Consejo Civil Revolucionario, se desvive por atender las necesidades de los
huéspedes. Durante uno de los múltiples cortes en la electricidad que cada día
sufre Al Bab, Mahmud comenta orgulloso que pese a todos los problemas y
dificultades está feliz e ilusionado con la nueva etapa. "Preferimos vivir
modestamente pero con la cabeza levantada", espeta.
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