Me gusta escribir en el blog, pero me gustaría más que algún editor me diese un poco de espacio en un periódico. Y que me pagase por ello.

martes, 30 de octubre de 2012

Al Bab, ciudad rebelde

Publicado en Berria el 30 de octubre. Escrito antes de entrar en Alepo.
Más allá de los focos de la batalla, los combates y las víctimas, en Siria también hay poblaciones que intentan recuperar la normalidad. Esta ciudad de la provincia de Alepo se define como "liberada" y está regida por la sociedad civil.

A veces por la noche, a veces por la mañana temprano, los aviones de combate de Bashar el Assad raramente fallan a su cita en los cielos de Al Bab. Bombardean posiciones del Ejército Sirio Libre en los alrededores de esta ciudad situada a 40 kilómetros de Alepo, pero también hospitales o escuelas, que inutilizan para su principal función en estos tiempos de guerra: acoger desplazados internos.

Si no fuera por las visitas aéreas y por la destrucción acumulada a lo largo de los últimos meses, con su consecuente lista de bajas, uno diría que Al Bab no está en Siria. Esta ciudad de 150.000 habitantes, la octava más grande del país, está tomada por los rebeldes desde el pasado 19 de julio, cuando los combatientes del Ejército Libre Sirio consiguieron echar a los últimos batallones del ejército regular, amotinados en una escuela a la entrada de la población.

Al Bab, de este modo, representa uno de los mejores ejemplos de cómo los sirios se organizan más allá del sistema de Assad, pues desde principios de agosto está regida por un Consejo Civil Revolucionario. El Consejo, a cuyo líder escogen sus miembros democráticamente, administra como puede los pocos recursos públicos de los que dispone y goza del aparente respeto de la población, volcada mayoritariamente con la revolución.

"La revolución llegó tarde a Al Bab", cuenta Abdu Salam Kisgaz, miembro de la oficina de ayuda humanitaria del consejo civil. "La población está formada por grandes familias y unas temían a las otras, así que la gente salió a la calle poco a poco", relata. No fue hasta que miembros armados del ejército libre acudieron a proteger una manifestación en abril, un año después del inicio de las protestas, que los habitantes de esta ciudad empezaron a perder el miedo. De ahí hasta julio, cuando finalmente Al Bab fue tomada por los rebeldes tras 10 días de duros combates, la represión y la lucha acumularon gran parte de los 233 muertos que la guerra ha dejado en la ciudad hasta el momento.

La sociedad civil toma el poder
"Antes de liberar la ciudad, ya estábamos organizados para establecer un Consejo Civil", cuenta Adnan Hamza, presidente electo del mismo, quien admite que el funcionamiento del consejo es limitado y "no muy positivo para la población, pero intenta ayudar, que es mejor que nada". 

Adnan enumera los problemas básicos de la ciudad, centrados en la falta de productos básicos como la gasolina, medicinas o harina para hacer el pan. "No disponemos de las herramientas necesarias para abastecer a la población de estos productos básicos. Estamos bajo asedio", se queja Adnan desde la oficina que ocupa en la sede del Consejo, en el antiguo edificio de la oficina de asuntos religiosos de la ciudad, junto al cementerio.

La financiación del consejo civil se nutre principalmente de aportaciones individuales de ciudadanos, aunque la semana pasada recibió una donación de 100.000 euros del gobierno francés. En los dos últimos meses también ha conseguido un pico de unos 10.000 dólares a base de hacer pan, consiguiendo el trigo en unos almacenes del gobierno abandonados una vez que el ejército regular desapareció de la ciudad.

Con ese dinero, la ciudad compra productos básicos a precios desorbitados por la economía de la guerra, pero no puede ayudar a los ciudadanos que han perdido sus trabajos a causa del conflicto. Se estima que un 60% de los cabezas de familia han perdido su trabajo, mayoritariamente en el cordón industrial de Alepo, capital de la provincia.

El Consejo Civil Revolucionario de Al Bab está formado actualmente por 37 miembros. Para formar parte de él, los aspirantes (cualquier ciudadano que lo desee puede serlo) deben cumplir con tres requisitos básicos: gozar de respeto y buena fama en la comunidad; haber sido revolucionario reconocido desde el principio de la revuelta y aceptar cualquier decisión que tome el consejo de forma democrática.

Una vez en el consejo, que se reúne dos veces por semana, se escoge al líder del mismo, propuesto por la asamblea. Adnan Hamza fue requerido junto a otro candidato y se llevó 24 de los 37 votos. Eso sí, su liderazgo durará tan solo un mes, tiempo máximo establecido dentro del consejo. Adnan, segundo presidente electo, aceptó el cargo porque considera que está preparado. Este ingeniero mecánico de 44 años y aspecto informal, con experiencia en la administración de distintas empresas privadas, asegura que puede ejercer su función por haber sido "activo en la oposición desde antes de la revolución" y "tener experiencia en la gestión de recursos".

De todos modos, el papel de líder del consejo tampoco tiene demasiada importancia. "Tomamos las decisiones importantes en asamblea, luego nos repartimos el trabajo y cada uno hace lo que sabe hacer", explica Adnan. Efectivamente, el consejo se ha dividido en 10 oficinas, que incluyen la de coordinación militar con el ejército libre, la de seguridad, información, ayuda humanitaria, asuntos económicos, salud, quejas e, incluso, relaciones exteriores.

El Consejo parece mayoritariamente aceptado entre la población, que vive su día a día con un sentimiento encontrado entre la ilusión por un futuro mejor y la preocupación por el desarrollo de la guerra. De hecho, parte de la población con más recursos ha puesto tierra de por medio y ha emigrado a Turquía u otros países, pese a que gran parte del norte del país esté ontrolado por los rebeldes y a que la vida transcurra sin grandes preocupaciones en lo que a la seguridad se refiere, más allá del terror que provocan los bombardeos diarios de la aviación de Assad y de los que no pocos habitantes han huido.

Un país en guerra
Las cifras de emigrantes son una incógnita para el consejo civil, más preocupado en asuntos como el reinicio de la escuela infantil, parada hasta la fecha al considerarse las escuelas como objetivo militar de la aviación. Lo que sí está más o menos contabilizado es el número de desplazados internos que han llegado a la ciudad: unos 20.000. Viven en edificios públicos, acogidos por habitantes de Al Bab e incluso en una promoción de vivienda social inacabada en una de las entradas de la ciudad.

Los refugiados son en su mayoría habitantes que huyen de Alepo, segunda ciudad siria y mayor centro industrial del país, que sufre desde hace semanas una guerra sin cuartel entre opositores y fuerzas del gobierno, conscientes todos de la importancia de su control para el futuro de la contienda. En Alepo, hace días que los bandos raramente ganan terreno en la batalla y, como siempre en estos casos, la población civil es la más castigada. Algunos comparan la destrucción de algunas partes de la ciudad con la de algunas ciudades alemanas después de la Segunda Guerra Mundial.

Las historias de los refugiados, que también proceden de otras ciudades como Homs, son desgarradoras. Muchos han perdido a familiares, los más se han visto acorralados por los combates y han visto como sus viviendas quedaban reducidas a un montón de escombros. Algunos tuvieron que huir a causa de su actividad política. Todos llegaron con lo puesto.

También hay quien ha aprovechado para volver a casa, como Alí el Osman, que llevaba 30 años sin ver a su familia y que decidió venir a pasar las vacaciones aprovechando la ausencia de tropas regulares en buena parte del norte de Siria. "Me detuvieron dos veces cuando era joven porque decían que formaba parte de los Hermanos Musulmanes y me tuve que ir", asegura a la vez que califica como "un sueño cumplido" su regreso y el poder volver a ver a su madre.

Alí el Osman cuenta orgulloso que tiene pensado participar políticamente en la nueva Siria si sale vencedora. Con el mismo orgullo explica que solo en su familia hay dos kativas de combatientes del ejército libre  (las kativas son los grupos de combate y pueden variar en número de soldados, entre los cinco o seis y los cientos). En total, Al Bab tiene 17 kativas y unos 1500 combatientes. La mayoría de los batallones rebeldes luchan en Alepo y en Al Bab quedan solo unos pocos como retén para la seguridad de la ciudad. Los combatientes van a Alepo, pasan unos días luchando y vuelven para descansar unos días.

Por ello no es extraño ver por las calles de Al Bab a jóvenes vestidos de militar con Kalashnikovs cargando a las espaldas. No se dedican a la seguridad interna de la ciudad, sino a combatir al ejército regular, motivo por el cual son respetados en las calles. En la ciudad, la seguridad no es de momento un problema y no hay crimen, aunque se ha habilitado un pequeño cuerpo de policía a través del consejo civil.

Pero, ¿dónde están los partidarios del régimen? "Por supuesto que había mucha gente que se aprovechaba del sistema y lo echa de menos, pero ahora están callados", dice Abdu Salam, de la oficina de ayuda humanitaria. "Por supuesto que nadie (del antiguo régimen) puede levantar la cabeza aquí", asevera amenazante Anás, combatiente en una de las kativas. Es posible que muchos de los miembros del sistema de Assad, pertenecientes a la sociedad más acomodada, hayan emigrado a la espera de acontecimientos.
Y, ¿qué pasaría si el ejército de Assad ataca la ciudad? "En caso de ataque no hará falta avisar. Todo el mundo tiene un arma y sabe lo que tiene que hacer. Lo que tenga que ser, será", asegura Abdu Salam, convencido de que no será necesario llegar a tal extremo, pues la victoria del ejército libre es, para él, solo una cuestión de tiempo.

Dignidad
En la oficina de información, situada en la rebotica de un pequeño negocio de motocicletas en el centro de Al Bab, activistas y ciudadanos tienen la entrada libre. La conexión a internet, una de las pocas de la ciudad, atrae también a soldados que vuelven de la batalla con prisa para subir los últimos vídeos y compartirlos en las redes sociales. Un espacio común que también acoge a periodistas y da cobijo a quien lo pide.

Mahmud el Jabali, uno de los encargados del lugar y, con 20 años, el miembro más joven del Consejo Civil Revolucionario, se desvive por atender las necesidades de los huéspedes. Durante uno de los múltiples cortes en la electricidad que cada día sufre Al Bab, Mahmud comenta orgulloso que pese a todos los problemas y dificultades está feliz e ilusionado con la nueva etapa. "Preferimos vivir modestamente pero con la cabeza levantada", espeta.

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