Cuando Abu Khaled empuñó las armas en septiembre del año pasado, poco podía imaginar que acabaría dando vueltas por Siria huyendo de las autoridades, uniendose a batallones del ejército libre y privado de ver a sus hijos. Su historia, marcada por la tragedia, se asemeja a tantas otras en el país: empezó manifestandose pacíficamente hasta que pasó a la lucha armada. Ahora, su destino está marcado por el de su país. Si el ejército libre vence, será un ciudadano más. Si Bashar consigue imponer su fuerza, quién sabe en qué se convertirá su futuro.
Abu Khaled, que prefiere ocultar su verdadero nombre, tenía un par de tiendas de gafas en la ciudad de Homs. El negocio le iba bién y tenía empleados. Casado y padre de un niño de cuatro años y una niña de tres, a sus 28 años su vida era feliz y próspera... hasta que empezó la revolución. Durante los primeros seis meses, como tantos otros en su entorno, Abu Khaled acudió a las manifestaciones pacíficas contra el régimen, pero la represión y la muerte de varios de sus amigos le hicieron cambiar de idea.
"Llegó
un momento en el que el ejército montó un puesto en mi barrio, así que
decidimos montar un grupo para atacarlo", cuenta Abu Khaled. Eran siete amigos
y compraron otras tantas metralletas, a razón de 300 dólares cada una, para
atacar el puesto, que consiguieron tomar 15 días después. Pero no les duró
mucho el éxito, pués a mediados de octubre, de los siete del grupo, cuatro
murieron y tres fueron detenidos. "Nos torturaron en el cuello y los
riñones. Uno de nosotros murió en detención", exlica Abu Khaled a quien
liberaron dos semanas más tarde por unos 7.000 dólares.
La
tortura dejó secuelas en el cuerpo de Abu Khaled, que no podía caminar.
"Estuve dos meses en casa, pero no me recuperaba, así que tuve que gastar
todo el dinero que me quedaba yendo a Libia seis meses para tratarme",
explica mientras enseña las marcas de la tortura en la espalda. "Aún tengo
problemas para correr", relata.
Regreso
de un soldado
Consciente
de que su situación era irreversible y de que pesaba sobre él una acusación de
ayudar a terroristas, Abu Khaled decidió volver para luchar. Lo hizo el pasado
mes de julio por las montañas que separan Turquía de la provincia costera de
Latakia. Allí se unió a una brigada rebelde del grupo de tendencia islamista
Ansar el Din, uno de tantos grupos rebeldes que actuan bajo el nombre común de
Ejército Sirio Libre.
"Allí
haciamos una guerra de guerrilla, bajando desde las montañas a los
valles", dice, mientras cuantifica el número de operaciones exitosas en un
40%. "Para cada operación teníamos que caminar entre seis y nueve horas,
así que llegabamos cansados. Además, el terreno era dificultoso", cuenta
para justificar el, según él, bajo porcentaje de éxito militar. Su batallón
contaba con 55 personas, entre soldados, médicos y retaguardia, y recibía
dinero de "sirios de fuera del país".
Pero
Abu Khaled no quedó contento con su brigada y, al saber que la batalla de Alepo
se estaba recrudeciendo, decidió que quería participar en ella. Por ello, hace
sólo 10 días, se acercó a la ciudad liberada de Al Bab, donde se unió a una de
sus kativas (grupos de pocos insurgentes) para hacer incursiones en Alepo. En
la última incursión, esta misma semana, Abu Khaled luchó en la zona de la
ciudad vieja, donde los rebeldes intentan desde hace semanas tomar la posición
estratégica de la ciudadela. Desde allí, en lo alto de una pequeña colina que
domina la ciudad, el ejército regular castiga constantemente a la población con
morteros, e impide a los rebeldes tomar el control de Alepo.
Abu
Khaled descansa estos días en Al Bab con la intención de volver a la zona de
Homs, su casa. "Ahora estoy luchando en Alepo, pero volveré a Homs. Da
igual donde luche, cualquier lugar es mi país", relata. En su inconsciente
subyace la idea de, "quizás", juntarse con su esposa y sus dos
pequeños, a quienes no ve desde hace 10 meses, aunque sabe que será difícil, ya
que su ciudad está tomada mayoritariamente por el ejército regular.
Secuelas
de guerra
"No sé si he matado a alguien,
aunque he disparado mucho", cuenta Abu Khaled, que nunca pierde la
sonrisa. "De todos modos los soldados del régimen son el enemigo, así que
hay que matarlos", prosigue. "Pero no creas que somos bestias",
cuenta. "Una vez capturamos a cinco soldados y, al no encontrar pruebas de
que hubieran matado a alguien, les enviamos a un centro de detención en
Latakia", prosigue.
Abu
Khaled está convencido de que el ejército libre ganará la guerra. De hecho, no
cabe otra opción en su mente. De lo único de que se queja es de la desigualdad
de condiciones en el campo de batalla. " La guerra durará seis meses más,
pero si tuvieramos las mismas armas que ellos y, por ejemplo, una zona de
exclusión aerea, acabaríamos en un mes", asegura.
Y después
de la guerra, ¿qué? "Después de la guerra será un caos, pero los sirios
somos educados y tenemos buen corazón, así que no habrá venganzas contra el
enemigo", augura. De todos modos aún queda mucho para el después y el día
a día en Siria no da tregua en esta guerra por la supervivencia. Los dos bandos
saben que o ganan o se hará el desastre.
Abu
Khaled asegura que no está cansado de esta guerra, más bien "al
contrario". Desde fuera se le ve entero, animado y con ganas de vivir. No
tiene una mala palabra ni un mal gesto y es de risa fácil. "Lucharé hasta
el final", asegura este jóven, quien finalmente desvela el secreto para
mantener el ánimo y la motivación para jugarse la vida día a día: "cuando
veo la foto de mis hijos se me olvida todo, e incluso me pongo a llorar",
confiesa.
Cuando
finalmente decida volver a Homs, el camino de Abu Khaled estará lleno de
trampas. Puede ser que las sortee y que todo acabe bien para él. Puede ser que
caiga en alguna de ellas y se convierta en un mártir anónimo más en la larga
lista de muertos que ha provocado el levantamiento sirio.
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